Durante la Edad Media, en las bibliotecas de mayor importancia se conservaban Biblias -el Libro de los libros- suntuosamente iluminadas, algunas de las cuales constituyen auténticas joyas bibliográficas. En España destacan la Biblia de San Luís, conservada en la catedral de Toledo, la de la Casa de Alba en su propia Fundación, la de la catedral de Girona o las depositadas en las Bibliotecas Nacional de Madrid y Real de El Escorial. A ellas habría que añadir para Valencia las de la Universidad, la del ayuntamiento de Cocentaina y la Biblia de los Papas de Aviñón de la Catedral.
El Archivo de la Catedral de Valencia conserva 406 códices datados desde el siglo XII. Es por tanto, junto a la Biblioteca Valenciana-Nicolau Primitiu, la Histórica de la Universitat, el fondo Serrano Morales del Archivo Municipal de la capital y el Colegio de Corpus Christi, la institución valenciana que mayor número de códices medievales custodia.
Por su contenido, los códices se clasifican en Bíblicos, Litúrgicos (misales, breviarios, epistolarios), Homiléticos y Devocionarios, así como otros de carácter jurídico y diplomático, científico, filosófico o literario. De especial significación son, en lo que se refiere a las Sagradas Escrituras, la Biblia de san Vicente Ferrer y diferentes exégesis bíblicas, entre ellas la Biblia de los Papas.
En 1922 el canónigo archivero E. Olmos Canalda publicó un Catálogo Descriptivo de los Códices de la Catedral de Valencia. Más recientemente Francisca Aleixandre, en el catálogo de la exposición La Ciudad de la Memoria. Los Códices de la Catedral de Valencia (1997) presentó un riguroso estudio de diferentes códices de la Seo valentina. Muchos de ellos destacan por su iluminación, por la riqueza de sus miniaturas, aspecto estudiado también por Amparo Villalba y Nuria Ramón.
Del conjunto de manuscritos, sobresalen los 22 volúmenes que conforman el Comentario a las Sagradas Escrituras procedente de la Biblioteca Pontificia de Aviñón, transcripción de mediados del siglo XIV de la exégesis que realizaran Nicolás Gorrán y Hugo de Sancto Caro durante la segunda mitad del siglo XIII. Tradicionalmente se han atribuido al primero de los hermeneutas los comentarios referentes a los libros iniciales del Antiguo Testamento hasta los Salmos (Ms. 4-10), pero también del Eclesiástico (Ms. 13) y de algunos de Profetas (Ms. 17). Del Nuevo Testamento el Evangelio de san Marcos (Ms.19), las Cartas de san Pablo, Santiago, san Pedro, san Juan, así como los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis (Ms. 22-25). Mientras, a Sancto Caro, fraile dominico como N. Gorran, las glosas de los Proverbios y Eclesiastés (Ms. 11), el Cantar de los Cantares y el Libro de la Sabiduría (Ms. 11-12), de los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel (Ms. 13-16) y, ya del Nuevo Testamento, de los Evangelios de san Mateo, san Lucas y san Juan (Ms. 18, 20-21).
La historiografía señala que tanto la escritura como la ornamentación que la acompaña responden a un estilo propio del ámbito Parisino, aunque se apunta la posibilidad de que el Comentario fuese producido por algún scriptorium de la ciudad de Aviñón, centro artístico de gran importancia desde que en 1309 se estableciese allí la corte pontificia. La vinculación de la obra con la sede aviñonesa y su egregia biblioteca se revela en la continua representación del escudo de armas de su comitente, Pedro Rogier, el papa Clemente VI (1342-1352). Sin embargo, la obra fue terminada durante el pontificado de su sucesor, Inocencio VI (1352-1362), como puede constatarse en los códices 6, 7, 10 y 20, en los que aparecen los blasones de ambos. La riqueza de los materiales empleados, la profusión ornamental de los folios de fina vitela y su gran formato, permiten concebir esta obra como de lujo, no en vano era el principal Comentario a las Sagradas Escrituras de una de las bibliotecas más importantes de finales de la Edad Media.
Estos volúmenes contienen escenas ricamente policromadas, principalmente en su inicio, pero también capitales e iniciales, tanto historiadas como agrandadas, calderones y títulos. Asimismo, destacan orlas con elementos fitomórficos, zoomórficos y antropomórficos, teniendo todos ellos como pigmentos principales el rojo, azul y oro. Es preciso mencionar que diversos ejemplares se encuentran mutilados, en lo que a escenas miniadas se refiere. Desde al menos el siglo XIX se advierten estas faltas en los inventarios que de la Biblioteca capitular se realizaron periódicamente.
Determinadas fuentes historiográficas entienden que la compra de estos y otros volúmenes por parte de la catedral de Valencia se realizó cuando Benedicto XIII, acuciado por una severa precariedad económica, decidió desprenderse de parte de la Biblioteca que había conformado en Peñíscola con las obras que había trasladado desde Aviñón y otras adquiridas ya en tierras valencianas. Cierto es que el papa Luna pudo propiamente donar, cambiar o vender algunos ejemplares de su librería, pero sin embargo, tal y como certifican documentalmente algunos autores, fue tras la muerte de Pedro de Luna (†1423), durante el pontificado de Clemente VIII, Gil Sánchez Muñoz (†1447), cuando la biblioteca pontificia se dispersó. Efectivamente, como refiere J. Serrano, en dicho periodo las rentas del papado disminuyeron de forma determinante al no recibir dinero del rey Alfonso El Magnánimo ni poder cobrar impuestos, por lo que Sánchez Muñoz tuvo que pagar a las personas de su servicio incluso con libros. Las anotaciones marginales que presenta el Ms. 233 de la Biblioteca Nacional de Catalunya, procedente de la misma biblioteca papal y en realidad copia contemporánea de parte del inventario que se efectuó en Peñíscola nada más fallecer Benedicto XIII (1423), informan que 35 de estos ejemplares fueron donados a los cardenales de la Curia: Julián de Loba, Jimeno Doha y Dominique Bonnefoi; dos al rey Alfonso El Magnánimo y un número muy considerable de ejemplares, un total de 509, a los servidores de Sánchez Muñoz. En otros casos fueron vendidos, mayormente a libreros, y otros fueron enviados a Valencia con el mismo fin. En dicho inventario se certifica que el Comentario a las Sagradas Escrituras de Gorran y Sancto Caro se hallaba todavía en la Biblioteca de la Curia, pudiendo haberse hecho efectiva la compra por parte de la Catedral, según refiere Teresa Laguna, entre 1424 y 1427.
De la segunda década del s. XIX data la encuadernación de la obra completa, realizada en tapas de cartón forradas de piel de gamuza.
PARA SABER MÁS:
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GIL SÁNCHEZ MUÑOZ, CLEMENTE VIII. Nacido en Teruel hacia 1370, fue arcipreste de Santa María de Teruel, chantre de la catedral de Girona y canónigo de la catedral de Valencia al menos desde 1400. Vicario general de Valencia desde 1408, tuvo también los curatos de Sueca, Cullera y Ontinyent. Más tarde, siendo canónigo de Barcelona Benedicto XIII lo nombró cardenal. Al morir éste, en 1423, fue elegido pontífice con el nombre de Clemente VIII. En julio de 1429 renunció a su cargo, prometiendo obediencia a Martín V, cerrándose entonces el capítulo de la historia conocido como Cisma de Occidente. En agradecimiento a su actitud conciliadora Martín V le nombró obispo de Mallorca, donde murió en 1447. |
Texto de Juan Ignacio Pérez Giménez